miércoles, 29 de abril de 2020

Ayuso acusa a la izquierda de "politizar el dolor" y "usar la desgracia" en la crisis del coronavirus

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha acusado a la izquierda de "politizar el dolor" y "usar la desgracia" durante la crisis del coronavirus. Ayuso lo ha dicho durante el Pleno monográfico en la Asamblea de Madrid para valorar su gestión en la crisis de la Covid-19. La presidenta madrileña ha defendido que su "error" fue "fiarse de la izquierda" pese a las competencias sobre sanidad están transferidas a las comunidades autónomas.

"El gobierno que forman PSOE y Unidas Podemos nos dijo que era una gripe más y que lo peor era el alarmismo. Y les entendimos y nos confiamos. ¿Qué pasó?: que vino la pandemia y los miles de muertos", ha asegurado Ayuso en su primera comparecencia que ha durado casi hora y media.

Sin embargo, la presidenta madrileña fue la que comparó al coronavirus con la gripe durante el 26 de febrero de 2020 en una entrevista en Antena 3: "Lo más peligroso ahora es el miedo, más que el propio virus, que normalmente lo que deja como secuelas son síntomas menores incluso que los de una gripe". "Estamos en uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo", añadía Ayuso: "Los protocolos están funcionando con normalidad". "Yo misma me reuní con los servicios que están coordinado este dispositivo desde finales de enero, está todo previsto".

Ayuso ha sido muy dura con la gestión del Gobierno central durante su intervención y ha acusado a la izquierda de "politizar el dolor": "A numerosos políticos de la izquierda no les ha importado la gente, sino usar la desgracia para justificarse en el poder".

La presidenta madrileña ha lamentado que la izquierda haya estado durante este tiempo "más preocupada por construir un relato contra el Gobierno de esta Comunidad que en ayudar en la peor crisis que han pasado Madrid y España".

"¿A qué se han dedicado? A crear y propagar bulos y mentiras para generar miedo y lanzar a la gente contra el Gobierno de Madrid. Para algunos, cuanto peor, mejor. ¿Por qué? Porque tenían la consigna de politizar el dolor", ha criticado.

Ayuso también ha solicitado al Gobierno un fondo no reembolsable con el único requisito de que se dedique a combatir la pandemia y sus efectos económicos, el reembolso de los 377 millones de euros correspondientes al IVA de 2017 y los 54 millones de euros de las entregas a cuenta de 2019 y que reintegre a las comunidades autónomas el presupuesto que les ha requisado.

Casualmente ha omitido hablar de los 10.000 despidos de los servicios sanitarios y de los recortes en las nominas de los que han estado trabajando en turnos de 12 horas incluso en sábado y domingo.

1 comentario:

  1. Esta semana la he vuelto a armar. Con mi tuit sobre las lágrimas de cocodrila de Ayuso (vertidas, curiosamente, en La Almudena), he convertido Twitter en un nido de avispas rabiosas. Pero es que conozco el postureo lacrimógeno desde mi más tierna infancia. Mi madre, Gabriela Sánchez Ferlosio me contaba a menudo como su hermano Mino tuvo una pelea feroz con otro hermano, en ese ambiente de El Señor de las Moscas que se crea en las casas cuando los padres nos dejan solos. Mino se llevó la peor parte y mi madre se acercó a consolarle e intentó secarle las lágrimas. Pero él se negó en redondo al grito de
    ¡No me las quites todavía, que me las tiene que ver mami!
    A falta de heridas de guerra, la única prueba irrefutable que podía ofrecer mi tío del maltrato que le había infligido su hermano eran sus gruesos lagrimones resbalándole por las mejillas.
    Ayuso ha hecho lo mismo. Se ha marcado un Diego El Cigala, un Lágrimas Negras. Solo que quien tenía que verlas en La Almudena era la tele, no su madre. Es un clásico pepero. Las ranas genovesas tienden siempre a hacerse perdonar su desastrosa gestión con obscenas exhibiciones de sollozo en público. Apuesto a que Ayuso lo aprendió de Espe, de cuyo perro fue community manager. Cuando Ignacio González fue detenido, Espe quiso hacer olvidar a la prensa que todo apuntaba ahora hacia ella. De hecho, ahora mismo está imputada por media docena de delitos y ya no la libra de Soto del Real ni Cristo que lo fundó. Su recurso escénico fue romper a llorar a público. Para intentar convencer a la opinión pública que lamentaba la corrupción como la que más. La corrupción que ella misma había alentado.
    No me mofo de las lágrimas de Doña Atascos. De hecho, suelo conmoverme cuando alguien llora en público. Me río de lo que Ayuso hace con ellas antes y después de que le hayan brotado. Antes de salir para La Almudena, elige a conciencia un rímel barato, de los que se corren enseguida. Es verosímil que por consejo de su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, un majadero sin escrúpulos que domina la manipulación emocional. Pero no cuela. Los productos que se fabrican hoy día para realzar la mirada están hechos a prueba de lágrimas. Es imposible que se transformen en ríos de chapapote y te bajen hasta el mentón. Ni Viktor Orban y sus gases lacrimógenos te podría llevar hasta ese extremo.
    Pero incluso si tal cosa hubiera ocurrido, la reacción humana, espontánea, cuando ves que te has convertido en Natalie Portman en Cisne Negro es sacar un pañuelo y enjugar tus lágrimas. Porque todos sentimos una aversión natural a llorar en público. A convertir una emoción profunda en un show televisado. La consejera de Sanidad de Castilla y León, que lloró hace poco al recordar la muerte de los sanitarios, se tapó la cara cuando rompió a llorar. Su emoción era espontánea y creíble. Su reacción a su emoción, también. Ayuso en cambio posa como una madonna de Piero della Francesca y exhibe impúdicamente su negro lagrimón ante las cámaras. Se tiene que hacer perdonar que Madrid es la Comunidad que ha gestionado la pandemia de forma más desastrosa. Las lágrimas intentan hacernos olvidar los recortes, las muertes de ancianos, los desvíos de dinero...
    No cuela. Ya lo dijo Donizetti: la lágrima, para emocionar al otro, ha de ser furtiva, no cantosa.
    Y la de Ayuso el otro día en La Almudena era más falsa que un barómetro de José Félix Tezanos.
    MÁXIMO PRADERA.

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